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Un día común y corriente Alejandra iba de camino al colegio. Había tomado la ruta de siempre y vio que una de sus amigas del equipo de voley estaba más adelante. Alejandra quería alcanzarla para conversar sobre el campeonato de voley, el cual se iba a dar en dos semanas, pero al tratar de cruzar la pista, olvidó fijarse si venían autos y uno de ellos la chocó. Afortunadamente no fue tan grave, pero sí fue necesario que fuera al hospital, pues se había lastimado un brazo. Ahí le dijeron que le tenían que poner un yeso durante un mes.

Ella estaba muy triste porque no podría jugar el campeonato que tanto había estado esperando, ni jugar vóley en los recreos durante varias semanas o al menos hasta que le quitasen el yeso. Alejandra ya no quería ir al colegio, se sentía muy mal porque en los recreos veía que sus amigas jugaban, incluso se quedaban en las tardes para practicar voley y ella no podía. De pronto, Alejandra ya no quería ir al colegio, le costaba mucho levantarse de la cama y quería estar sola todo el tiempo. Sus papás estaban preocupados. Pasados unos días, Alejandra les contó llorando lo mucho que extrañaba jugar vóley y que se sentía muy triste con lo que estaba pasando, que le quitaba las ganas de todo. Sus padres la escucharon y abrazaron. Le dijeron que entendían cómo se podía sentir por lo sucedido y la acompañaron durante el día.

Al día siguiente su equipo de vóley fue a visitarla, le dijeron lo mucho que la extrañaban y que deseaban que acompañe al equipo. Alejandra no sabía si ir, pero finalmente se animó y la pasó muy bien alentando a su equipo. Aún no le quitan el yeso y sigue extrañando jugar, pero el tiempo que antes pasaba en sus entrenamientos, ahora lo pasa viendo unos tutoriales de clases de canto. Un pasatiempo que tenía de pequeña y que ahora ha retomado. Poco a poco su brazo irá sanando y podrá volver a jugar.

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